18 de mayo de 2008

Medidas de Raúl Castro abren un camino minado

LA HABANA.- Los autobuses funcionan, los aparatos electrodomésticos vuelan de los estantes y los cubanos comparan contentos sus teléfonos móviles.

Después de décadas de estancamiento en un país comunista con un salario promedio de $17 mensuales, todo esto es causa de celebración.

"Es lógico'', dijo Julio, un enfermero habanero. "Si un presidente prohibiera beber un vaso de agua y viene otro y lo autoriza, claro que uno piensa que el segundo presidente es mejor''.

Pero los cambios iniciados por el recién estrenado gobernante Raúl Castro son sólo una pequeña parte de las reformas estructurales profundas que hacen falta para revertir décadas de crisis económica. No obstante, esos mismos cambios han creado una nueva sensación de esperanza en un país con su primer nuevo presidente en 49 años y una población deseosa de que Castro saque a millones de la pobreza y les mejore la calidad de vida.

En conversaciones con docenas de personas en toda la capital, The Miami Herald halló que incluso si los avances llegan en forma de teléfonos móviles que la mayoría no se puede dar el lujo de comprar, la gente le echa mano.

"Los cubanos son como esposas maltratadas'', dijo Eduardo, un cubano soltero de 30 años que pasó una tarde reciente admirando los televisores de pantalla plana --que se venden en $5,000-- en una tienda. "El esposo la golpea todos los días. De repente, un día ya no le pega, y la reacción es: ‘Qué bueno es, hoy no me golpeó' '', dijo.

"Para la gente aquí, el reproductor de DVD y el móvil son una racha de aire fresco'', agregó. Los primeros 100 días de Castro en el poder se caracterizaron por medidas dirigidas fundamentalmente a los consumidores, como la venta de computadoras, hornos de microondas y reproductores de DVD. Según los expertos, los primeros meses del gobierno de Raúl Castro subrayan un intento desesperado por ganarse el favor de la población y mantenerse en el poder.

Al nivel minorista por lo menos, la estrategia parece funcionar: la gente arrebata los productos tanto pronto como llegan a los anaqueles, creando una eufórica sensación de esperanza de que van a venir cambios más profundos.

Las medidas también muestran que los cubanos que reciben dinero del exterior, trabajan en la industria turística o en la economía paralela tienen dinero para gastar. Raúl Castro no ha perdido tiempo en tratar de apaciguarlos, consiguiendo al mismo tiempo aliviar el descontento, elevar la moral y capturar dólares que antes se perdían en el mercado negro.

Sin embargo, en lo que los cubanos se alegran de ver artículos anteriormente prohibidos en los estantes, también esperan mayores salarios y precios más bajos, algo que Castro tendrá más dificultad en concretar. Es un juego peligroso que, aunque sus primeras decisiones sean una clara respuesta a las mayores demandas populares, enfrenta el riesgo de crear más expectativas que cambios.

"Mucho de esto es sicológico'', dijo Juan Carlos, empleado de tienda que ha visto a la gente salir a comprar. "Es la mentalidad de que se permita hacer algo que siempre estuvo prohibido. Uno se entusiasma, aunque en realidad no pueda hacerlo porque no tiene el dinero.

"La gente no analiza muy profundamente."

Raúl Castro tomó el poder el 24 de febrero tras casi 17 meses como presidente temporal en lugar de su hermano Fidel Castro, cuyas dolencias intestinales lo han mantenido fuera de la vista del público desde julio del 2006.

Ese período interino fue lento, tranquilo y marcado por anuncios menores. Todo cambió cuando Fidel anunció su retiro y la Asamblea Nacional del Poder Popular nombró oficialmente a Raúl Castro jefe de Estado, liberándolo del yugo que lo había confinado durante casi 50 años a la sombra de su hermano mayor.

Pocas semanas después de tomar posesión, Castro empezó a levantar las restricciones de la época de Fidel que molestaban a la población desde hacía tanto tiempo: desde no poder comprar equipos electrónicos hasta visitar hoteles reservados para turistas, visto por muchos en la isla como un paso importante hacia el levantamiento de lo que se había dado en llamar apartheid turístico.

Raúl Castro también conmutó la pena de muerte de la mayoría de los condenados y aumentó las pensiones. Ahora también es más fácil para algunos inquilinos recibir la propiedad de su vivienda y se ha descentralizado la industria agrícola con el fin de aumentar la producción.

"Se ha puesto a sí mismo en la posición del que monta una bicicleta: tiene que seguir pedaleando para no caerse'', dijo el cubanólogo Daniel P. Erikson, del grupo de estudios Diálogo Interamericano. "Hay mucha especulación de que hará más cosas, de modo que sigue pedaleando, y sigue sacando conejos de la chistera para mantener al pueblo contento''.

Castro está tratando de crear la imagen de un hombre que está dispuesto a resolver los problemas que el pueblo sufre desde hace muchos años y ganar el tiempo que le hace falta para establecer una nueva etapa de la revolución en la que ya no cuenta Fidel Castro.

Las medidas le permiten presentarse como un presidente que responde, aunque mantenga la represión contra los disidentes y las elecciones democráticas sean cosa del futuro.

A medida que Castro aprovecha el crédito que recibe por mejorar el sistema de transporte, una prensa gubernamental cada vez más crítica y nuevas libertades para el consumidor, aparece como el tipo bueno.

Aunque algunos críticos califican las medidas de intentos frívolos para ganar terreno político, las medidas son cruciales para personas como Yali, que trabaja limpiando, gana $4 semanales y espera con ansias decisiones que ayuden a gente como ella.

"El gobierno se dio cuenta que el país iba para atrás en vez de avanzar'', dijo Yali. "Me parece que todo va a mejorar. Voy a seguir pensando así, aunque con todos estos cambios me dé cuenta que las cosas van a seguir igual''.

Yali no puede aprovechar las medidas de Castro porque la tarifa de los teléfonos móviles es 60 centavos por minuto y le haría falta seis meses de sueldo para alojarse una noche en un hotel de La Habana. Sin embargo, al igual que sucede con muchos de los 11.2 millones de cubanos, nada de eso le importa.

Yali ha respaldado los rápidos cambios en los primeros 100 días de gobierno de Raúl Castro y dijo que creía que los salarios mejorarán y se acabará el sistema de dos monedas, que tanto frustra a la población con poco acceso a los dólares.

"Ahora se puede hablar con un poco más de libertad, subirse a un autobús y comprar cosas. Eso es algo'', dijo Yali. "Eso hace que la gente tenga esperanzas y estoy segura que el gobierno lo sabe''.

"Vamos a empezar a ver cómo las cosas cambian y cómo se terminan esas estúpidas regulaciones'', dijo David, que trabaja de guía turístico. "El pueblo está más optimista''.

Varios medios han informado que dentro de poco el gobierno permitirá la venta y alquiler de automóviles y bienes raíces, y que podría eliminar el permiso para viajar fuera del país, aunque todavía no se ha hecho un anuncio oficial.

En el sur de la Florida y en Washington las medidas de Castro han sido calificadas de superficiales.

"Nuestra opinión es que las medidas anunciadas en las últimas semanas no son más que cambios cosméticos'', dijo Sean McCormack, portavoz del Departamento de Estado en un informe de prensa. ‘‘Todavía es un hecho que el pueblo cubano no puede elegir quién dirige el país. No es ningún mérito pasar el poder de un dictador a otro''.

Aunque las nuevas medidas han sido recibidas con los brazos abiertos por la mayoría de los cubanos, muchos se preguntan cuándo Castro empezará a realizar las reformas estructuras dirigidas a los millones de personas que no pueden aprovechar los nuevos lujos. Los expertos dicen que al enfrentar tantas quejas relacionadas con el consumo, Castro podría correr el riesgo de provocar tensiones entre los cubanos que tienen y los que no tienen.

"La gente se siente más estimulada'', dijo Elvis, estudiante de secundaria de La Habana. ‘‘Opinan que las cosas están mejorando. Honestamente, vemos los cambios, pero todavía Raúl no ha dicho cómo vamos a pagar esos cambios''.

The Miami Herald no revela el nombre del corresponsal que escribió este reportaje ni los apellidos de las personas que entrevistó porque el periodista no tenía la visa que exige el gobierno cubano para informar desde la isla.